Los últimos dos años de intensificación de la colonización sionista de Palestina (en Gaza y en Cisjordania, donde Israel acaba de autorizar 22 asentamientos ilegales más [1]) ha puesto de nuevo encima de la mesa el eterno debate sobre si las atrocidades de Israel son prácticas genocidas, si es más adecuado hablar de limpieza étnica, o si con masacre ya hay suficiente. Los más de 60.000 asesinados que computa Gaza, el hecho que más de la mitad sean mujeres y niños y el uso del hambre extremo como arma de aniquilación que nos llegan desde una Gaza en ruinas no deberían ni hacernos dudar que las tres palabras describen diferentes grados de la barbarie que padecen (y resisten!) los palestinos a manos del ejército israelí.
Sin embargo, a la hora de definir el contexto global es importante que tengamos en mente las consecuencias que siguieron al mismo debate en ocasiones anteriores o en sus procesos de memoria, como en los casos de los Balcanes, Ruanda, el caso armenio, etc. El término genocidio, acuñado por el el jurista superviviente del Holocausto Raphael Lemkin y con peso de ley en el marco de la Convención para la prevención y la sanción del delito de genocidio, designa situaciones que combinan la matanza masiva, el traslado forzoso y el impedimento de permitir nacimientos en condiciones de un grupo con el objetivo de destruirlo. Aun y con los fracasos anteriores, hoy oficialmente (aunque hay relatores que la empujan a hacerlo) la ONU vuelve a fracasar en sus análisis y posicionamientos y evita denunciar la situación en Palestina en tanto que genocidio. Como instrumento servil al imperialismo, participa del blanqueamiento político-mediático de la ocupación sionista. No obstante, lo que observamos en Gaza no es ni una barbaridad, ni una masacre, ni un caso excepcional de limpieza étnica, sino todo a la vez y mucho más, en el sentido que conforma el paradigma estratégico de relación del sionismo con el pueblo palestino de los últimos 80 años.
Quien lo quiera corroborar, el documental ‘’Tantura’’ (2022, 1 h. 30 min.) del director israelí Alon Schwarz es una buena oportunidad. [2] A través del intercalado de entrevistas, mapas y archivos de época, resigue la vida de un ciudadano israelí (Teddy Katz) que, terminando los estudios de máster, empezó una investigación histórica que casi les costó la vida, centrada en los brutales acontecimientos que sucedieron durante lo que Israel conoce como Guerra de Independencia (1948-49) y los palestinos como Nakba (catástrofe) –un millón fueron expulsados de sus casas, sus pueblos destruidos y los muertos se contaron por decenas de miles. A parte de mostrar el calado genocida de las políticas de memoria (y olvido) del Estado sionista en relación con los crímenes cometidos a lo largo de su corta historia, nos permite ver cómo el genocidio resulta posible porque cuenta con la complicidad no solo de los elementos más rudos y militarizados de la sociedad israelí, sino también de la alta intelectualidad (universidades, historiadores, etc.).
Al-Tantura era el nombre de un pueblo pescador palestino cercano a Haifa que en 1949 fue vaciado y rellenado de vecinos: a la noche había palestinos, por la mañana solo judíos. Hoy es un kibutz de nombre hebreo donde solo los viejos –que callan, o como Teddy Katz se enfrentan al menosprecio, la amenaza y el enjuiciamiento– conocen su pasado sangriento. El resto ignoran o quieren ignorar que cuando dejan el coche sobre el parking para ir a la playa lo hacen sobre más de 300 cuerpos palestinos amontonados en una fosa común, silenciada desde 1949.
En el documental resuena la Nakba, pero también el hoy. La negación y el olvido de aquellas memorias, que si algún palestino se atreve a pronunciar públicamente acaba detenido sumaria y administrativamente (por un mínimo de seis meses), es la piedra angular de un genocidio que cumple tres cuartos de siglo. El historiador Ernest Renan, uno de los padres teóricos del nacionalismo (y, en parte, del antisemitismo y la islamofobia intelectualistas), dijo en el siglo XIX que aquello que hacia que los franceses se consideraran franceses entre sí (como tantas comunidades nacionales) no solo era la capacidad del Estado para construir mitos compartidos y memorias colectivas. También, y sobre todo, sus esfuerzos para hacer olvidar barbaries cometidas en nombre de la patria, como en Francia las masacres del día de San Bartolomé de 1572. [3]
Precisamente en ello pone su empeño la entidad sionista: en mantener israelís a los judíos del mundo que se consideren israelís (es decir, sionistas, defensores de la existencia de un Estado judío), aunque esto implique negar y aniquilar sistemáticamente a un pueblo. Una misión que, por cierto, se le está haciendo cuesta arriba: como muestran los datos, en el último año y medio un mínimo de 100.000 ciudadanos israelís ha abandonado el proyecto sionista, volviendo a sus países de origen –y un 40% de los que quedan han considerado la posibilidad de hacerlo en un futuro cercano. [4] ¿Qué podemos hacer, desde Mallorca y el resto del mundo, para hacer que la operación resulte cada vez más difícil para el sionismo? Para empezar, no ser cómplices con el olvido selectivo que sostiene al genocidio, elevando la consciencia histórica con respecto al siglo de colonización israelí en Palestina y su estrecha vinculación con las estructuras coloniales globales y la cadena de intereses imperialistas de las que, a pesar de la magnitud del genocidio, la ONU sigue siendo engranaje.

NOTAS
[1] El gobierno israelí admite sin subterfugios que la expansión de los asentamientos tiene como objetivo no tanto la defensa del Estado sionista, sino imposibilitar la existencia futura de cualquier proyecto de Estado palestino: https://www.elpuntavui.cat/politica/article/2542940-israel-aprova-22-nous-assentaments-i-diu-que-ho-fa-per-evitar-un-estat-palesti.html?a=.
[2] Podéis ver el documental completo en línea, gratuitamente, aquí: https://www.3cat.cat/3cat/tantura/video/6218822/.
[3] Las reflexiones de Renan se encuentran en el texto «¿Qué es una nación?», conferencia que pronunció en el 1882. Allí dice cosas como: «Todas las naciones, también las más benévolas en la práctica posterior, se han fundado sobre actos de violencia, después olvidados. La unidad siempre se consigue por medio de la brutalidad: la unión del norte de Francia con el centro fue el resultado de casi un siglo de exterminio y terror […]. La esencia de una nación consiste en que todos los individuos tengan muchas cosas en común, y también en que todos hayan olvidado muchas cosas». Uno de estos olvidos, la noche de San Bartolomé (entre otros, como las matanzas de cátaros en el siglo XIII), que fue el asesinato de más de 20.000 protestantes (conocidos como hugonotes en Francia) en menos de dos meses en el marco de las guerras de religión del siglo XVI.
[4] https://www.haaretz.com/israel-news/2025-05-12/ty-article-magazine/.premium/40-of-israelis-say-they-consider-leaving-the-country-this-is-what-keeps-them-here/00000196-c014-d9bf-a1b6-e9b442cf0000